Inmortalizan al Chavo del 8, espejo del PRI

Inmortalizan al Chavo del 8, espejo del PRI

Ágora Política

Jesús Yáñez Orozco

+Su imagen estará en billetes de la Lotería Nacional

+Él y los demás personajes de Chepirito, desde Televisa, decantaron el adocenamiento de cuatro generaciones

+Gandalla, ladino, ignorante, traicionero, misógino… el eterno niño del barril

Personajes  de ‘Chespirito’ como ‘El Chavo del Ocho’ y ‘El Chapulín Colorado’, “El doctor Chapatín” y “El Chómpiras”  –encarnación  del PRI, que decantó el adocenamiento del pueblo desde la telepatria, Televisa–, serán inmortalizados: formarán parte de los billetes de la Lotería Lotería Nacional –con 248 años de fundada– para el sorteo del Premio Mayor del 4 de septiembre, llamado “mes de la patria”.

Constituirá parte de un homenaje que se rendirá a su creador, el fallecido Roberto Gómez Bolaños. Serán repartidos en tres millones y medio de cachitos en todo el país.

Historia de cuatro generaciones, desde el adocenamiento cultural del pueblo mexicano y buena parte de América Latina –el Cono Sur, Brasil y Argentina, en particular-, reflejo de la decadencia del humorismo nacional.  La empresa de Emilio Azcárraga Jean, echó las campanas a vuelo en sus pantallas,  una especie de oda visual y auditiva, cuando se dio a conocer la noticia.

Reconocimiento institucional vergonzante que da pie para retomar una columna de quien esto escribe, difundida en redes sociales, a través de diversos portales,  el 1 de diciembre de 2014, titulada, El Chavo, encarnación del PRI.

Escribí, entonces:

A riesgo de cometer un infanticidio –más bien un chavocidio— el anodino Chavo –hijo putativo del fallecido Roberto Gómez Bolaños, quién como adulto y luego en la ancianidad le dio vida– es la encarnación del Partido Revolucionario Institucional: Mentiroso, falaz, gandalla, guarro, envidioso, ladino, tramposo, ignorante, misógino, traidor, irrespetuoso… Y no encuentro en el diccionario de la Real Academia de la Lengua más descalificativos que definan su estolidez.

 Porque, además, el “niño” de ocho años padece un grado de discapacidad mental, leve autismo por su discurso y gestos: tirantes alrevesados, desaliñado, lento, incoherente a veces, donde se denotaba el descuido de los padres que, curiosamente, nunca aparecen. Variante de bulliyng filial. Tampoco se le veía en su hogar. Estaba siempre en el patio de la vecindad.

Por cierto, ese personaje era impensable en las vecindades en mi agorera infancia. Jamás que yo recuerde, luego de haber convivido en ellas en las colonias Pensil, Anáhuac, y Santa Julia hubo un niño de sus vacuas características. Ni en sueños.

Porque, además, contadas veces se le miró con un libro escolar entre las manos o bajo el brazo, o en el salón de clase. Su barril de madera, con tres aros de metal en su circunferencia, era una forma de coraza intelectual y moral para esconderse, huir, de la realidad lacerante.

Todo en aras de una mísera torta de jamón, mientras que los políticos priistas, delincuentes perfumados de cuello blanco, traje y corbata, se despachan con la cuchara grande sin rubor algunos, incluida la eufemística Primera Dama: una Casita Blanca de Las Lomas, en la Ciudad de México –vil “moche”–  o un avioncito presidencial de cerca de ocho mil millones de pesos, por ejemplo, para la Familia Addams, que vive en Los Pinos. Y, por cierto, se le cayó la transa del tren rápido México-Querétaro gracias, en parte, al trabajo periodístico del equipo de Carmen Aristegui en MVS, pese a sus detractores.

Recién comenzó a circular la versión del deceso de Chespirito, en una de las páginas de mis contactos de Facebook comenté que El Chavo, por su penetración-manipulación, era –es– un ejemplo de la incultura e ignorancia del pueblo latinoamericano.

Ni tarda ni perezosa hubo la respuesta de una mujer descalificando mi observación, incluso con insultos. Sólo confirmó mis palabras.

Si la verdad molesta, al grado de provocar el agravio verbal,  es porque hay algo de razón en ella. O mucha.

Los defensores a ultranza de El Chavo reconocen, consciente o inconscientemente, que ese personaje es una lacra social y que se les fue en “blanco” buena parte de su vida mirando sus banales programas.

Porque no tenemos –me incluyo porque alguna vez lo hice— la valentía  de reconocer nuestra pendejez, perdón por la guarrez lingüística. Duele. Pero hay que hacerlo, sugiero, por higiene mental.

Incluso, algo similar ocurrió en una página de personas simpatizantes de la masonería, donde igual se dijeron de todo. Uno de ellos convocaba a la cordura como “hermanos masones”, ecuánimes, equilibrados, sabios, que no rompen un plato.

Tanta perfección humana me dio güeva mental. Aprendí a aceptarme con, insisto, defectos y virtudes. Y yo no quepo en ellos. Así que di de baja ese contacto.

Y aquí se incluyen intelectuales, periodistas y literatos, orgánicos e inorgánicos,  que no me interesa mencionar sus nombres. Nadie escapa. Uno de ellos, que fue parte directriz del semanario Proceso durante casi tres décadas, incluso alabó, hace unos tres años, los libretos, que no la actuación, de los programas y películas de Chespirito para una edición especial sobre Roberto Gómez, de National Geographic México.

Según yo, eran tres personajes los que apuntalaban la pésima calidad actoral de Gómez, burda copia de Charles Chaplin: Kiko, Don Ramón y la Bruja del 71. Eran, según lo poco que vi de sus programas, la columna vertebral de su estructura histriónica.

Porque todos los personajes del llamado, impostado, “Shakespeare mexicano” – el autor de Hamlet se ha de morir de risa en su ataúd nomás de lo oír mentarlo a los televisos– El Chavo y el Chapulín Colorado, entre otros, son el equivalente a la religión, cualquiera que sea, o, incluso, al futbol: opio del pueblo.

El Chavito, niño pobre, desclasado, al servicio de la burguesía. Nunca se reveló contra ella, siempre mimetizado en un barril inmundo.

Sus personajes son más dañinos que la carne de puerco, mortal de necesidad, a través de reiterar una mentira hasta convertirla en realidad.

Reflexiono que son los “hijos” de  Gómez Bolaños, la antítesis de los personajes del actor-comediante Héctor Suárez quien, a los 70 años de edad, fue proscrito de la telemierda televisiva, por la crítica social de sus personajes.

Uno de los ejecutivos de la empresa, según consta en redes sociales por uno testimonio de Suárez, le decía que para qué hacía ese tipo de humor, si la televisión es para “indios”.

Filosofía que heredó del segundo de la dinastía Azcárraga Milmo, el temible Tigre, quien se ufanaba de ser “soldado” del PRI y estaba convencido que su televisora, que históricamente se autodefine como guadalupana, es para “los jodidos”.

Como a la fecha.

Una prueba de ello: este lunes, durante una misa de cuerpo presente de los restos mortales de Gómez, Emilio Azcárraga Jean, dueño del Ojo de Vidrio, soltó en una inconmensurable doble moral:

 “Todos somos niños cuando vemos a Chespirito” y agregó que en el cielo seguramente estará diciendo:

“Síganme los buenos”.

Sácale las babuchas: me quiero suicidar.

Seguro él no es de “los buenos” y no tendrá cabida en el seno del Señor, pues el año pasado la Secretaría de Hacienda, cuyo titular se llama Luis Videgaray, condonó –a la empresa del Canal de las Estrellas– tres mil millones de pesos en impuestos, amén de que el enésimo Teletontón será una forma burda, también como siempre, de elusión fiscal, a costa de donativos de los pobres.

No dudo, ni tantito, que los anunciantes, durante los programa de homenaje a Roberto Gómez, hayan tenido que pagar más por los 30 segundos en promedio en la Telemierda que, si mal no recuerdo, valen alrededor de millón y medio de pesos, por el rating que se esperaba, pues se trasmitió al resto del mundo.

Porque hay una Trinidad Satánica que es la desgracia de los mexicanos desde 1929, cuando se sembró la semilla maldita de la Dictadura Perfecta de la sinrazón: PRI-Televisa-Estados Unidos.

Reconozco, ni px: Soy uno de los tantos hijos putativos de la telemierda, aunque me arda la cara de vergüenza, por gracia o desgracia. Habré visto, calculo de manera conservadora, unas 50 mil horas de tele-excremento en mí infancia-adolescencia. Aunque hace casi 40 años que la miro con el ceño cada vez fruncido. Más bien se me frunce el ceño nomas de verla.

Y acabé por dejar de observarla en un 99 por ciento, salvo los noticieros, a partir de mi ingreso al Colegio de Ciencias y Humanidades plantel Azcapotzalco, allá por el lejano 1971, tras cursos intensivos de marxismo-leninismo, desde cuya metodología social se hacían análisis de contenido de los medios masivos, Telementira en particular.

Y no me considero de izquierda, porque las revoluciones socialistas han abortado hijos, ideológicamente hablando, vía la represión física e ideológica, para convertir sociedades campesinas, casi feudales, en dictaduras socialistas, pues el comunismo vendría después.

Cuando, según Carlitos Marx, el socialismo es producto de la última fase del capitalismo, del que estamos muy lejanos aun. Quizá se vislumbre en el siguiente siglo.

Eso sí, parte del materialismo dialéctico que caracteriza esa corriente de pensamiento me sirve para ejercer mi oficio reporteril, sobre todo dos conceptos: de lo general a lo particular y la unión y lucha de contrarios.

Y en cierto sentido, igual que la lectura, me ha ayudado a ser mejor ser humano o menos peor.

Diego Maradona, el ex astro argentino del futbol, reconoció que siempre idolatró al Chavo y cuando conoció a Chespirito, ante las pantallas de la telementira, dijo que era un privilegio tenerlo frente a él –pues el “pelusa” se ufana de desdeñar reyes, príncipes y presidente de países– porque después de tantas vicisitudes que vivió en la infancia, ver sus programas,  le devolvían el alma al cuerpo.

“Paz interna”, definió.

Pregunto y me pregunto si mirar los programas de El Chavo no coadyuvó en que el “10” abrazara las drogas.

Quizá sí, respondo.

Y además, huelga decirlo, “El Chavito”, como le decía La Chilindrina, brinda un claro sentimiento de pertenencia, porque sólo lo que aparece en la televisión existe.

Por ello, el domingo, se atiborró el Estadio Azteca donde alrededor de 100 mil chavofilos le dieron su adiós.

Y más que por Gómez, tenían la ilusión de aparecer en la Telemierda, aunque fuera de manera fugaz, una especie de escalera al cielo sin escalas, allá donde El Chavo diría, seguro:

“Síganme los malos”.

Y allá van los priistas, encabezados por EPN, la P de Pinochet, por favor.

¡Chusma, chusma, chusma…! vil.

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