Gane quien gane, “nos cargará el payaso”
Nubarrones de incierta certidumbre se ciernen sobre 125 millones de mexicanos a partir de este 1 de julio: será salto al vacío, sin red de protección. Día aciago para elegir presidente de la República entre tres mil 400 cargos populares, en una nación prendida de alfileres hace medio siglo. Crispación social ensombrece aún más el panorama. Peor con los llamados ‘chairos’
Ágora Política/ México y su mortaja: 1 de julio
Por Jesús Yáñez Orozco
Nubarrones de incierta certidumbre se ciernen sobre 125 millones de mexicanos a partir de este 1 de julio: será salto al vacío, sin red de protección. Día aciago para elegir presidente de la República entre tres mil 400 cargos populares, en una nación prendida de alfileres hace medio siglo. Crispación social ensombrece aún más el panorama. Peor con los llamados ‘chairos’
Porque gane quien gane, perderá el pueblo mexicano.
O como dicen en redes sociales son ácido sarcasmo, cargado de desesperanza:
“Nos seguirá cargando el payaso”.
Riesgo de que el próximo mandatario mexicano se abisme en el espejo de Donald Trump, presidente de Estados Unidos: neofascista con la bendición de dios.
Desde un punto de vista de la semiología (estudio de los signos, y la manera como ellos se relacionan en la sociedad, el lenguaje y los códigos utilizados en la comunicación) nada halagüeño se avizora el futuro inmediato de México. Incluso, hay quienes advierten, desde ese prisma, riesgo de estallido social por el fanatismo rampante: somos poseedores de la verdad absoluta.
Y hace sentido esta silente alarma que ensordece, porque desde los años 70s, el país es un barco en la deriva en un mar embravecido de ambición desmedida por el poder y el dinero, de toda la clase política, sin nada que lo atempere. Sin distingo de partidos, todos marcados con la huella indeleble de la impostura.
El tejido social está necrosado. Hiede. Es negro sudario.
Hay galopante intolerancia en el caballo de la ignominia, crispación sociales, fundamentalismo electorero entre el pueblo, de hinojos ante la corrupción e impunidad institucionalizadas hace décadas.
“Estamos en un clima radicalizado por el fanatismo, que resulta un mal presagio para nuestra próximas elecciones”, advierte Alfonso Ruiz Soto, con dos doctorados en semiología –uno de ellos por la Universidad de Nottingham, Inglaterra– egresado de la UNAM, que puede detonar, alerta, “en estallido social”.
Nunca –en su análisis metodológico de mil 500 palabras, titulado “El respeto irrestricto a la diferencia”– hace referencia a algún partido político ni a candidato presidencial alguno:
Andrés Manuel López Obrador –Coalición Juntos Haremos Historia: Morena, PT, PES–, Ricardo Anaya –Coalición Por México al Frente: PAN, PRD, Movimiento Ciudadano, José Antonio Meade –Coalición Todos por México: PRI, PVEM, PANAL– ni Jaime Rodríguez –independiente–.
México está en el dintel de la encrucijada de su historia en la mortaja de patéticos augurios. El peor: riesgo que se convierta en “Venezuela del norte”, como se comenta con sorna en redes sociales, de llegar a la presidencia el puntero en las encuestas —que lo hacen virtual presidente— López Obrador. Impensable que ese escenario se dé en el patio trasero de Estados Unidos.
AMLO, insólito, aparecerá por sexta vez en las boletas electorales a los largo de más de 30 años de oficio político: dos para gobernador de Tabasco, otra para jefe de gobierno de la ciudad de México y tres, con ésta, como aspirante a la presidencia de la República.
Es una especie de campeón de la derrota, como candidato presidencial, inmolado en la bandera de una izquierda falaz, con el lema “juntos haremos historia”. Su única virtud: radicalizar al pueblo con un ideario gelatinoso. Existen ejércitos de cibernautas, reales y bots, quienes lo denuestan y, otros, la mayoría, quienes le queman incienso.
No hay punto medio.
Para esta investigación, Ruiz, envió más de 300 encuestas cruzadas y diversos estímulos de comunicación con temas relevantes a las próximas elecciones. Desde videos, memes, entrevistas y declaraciones, hasta caricaturas o artículos periodísticos a simpatizantes o correligionarios de distintos partidos políticos y al público en general, de manera aleatoria.
“La conclusión ha sido impactante”, reconoce el semiólogo, quien posee, también, doctorado en Letras por la Universidad de Oxford, Inglaterra, donde se convierte en profesor de la Facultad de Letras y Examinador Oficial en la Escuela de Artes para estudiantes de licenciatura en Lengua y Literatura Española en esa institución.
Explica que, “por fortuna”, hubo personas que respondieron a estos estímulos de comunicación de una manera ecuánime, razonada, respetuosa y bien informada, matizando los puntos de vista y aportando observaciones interesantes e incluso humorísticas.
Pero la inmensa mayoría, de muy distintos perfiles socioculturales, lamenta, se niegan a ver otras posibilidades distintas a sus propias expectativas, según ellos mismos lo expresan en diversos grados de molestia, indignación o violencia verbal.
En redes sociales existe una corriente fanatizada, fundamentalista, en favor de López Obrador. ‘Chairos’, se les llama.
De acuerdo con la Ral Academia Española de la Lengua esa palabra se deriva de palabra ‘chaira’. Es un instrumento metálico cilíndrico largo usado en las taquerías y carnicerías para afilar el cuchillo del cortador.
Debido al movimiento de sube y baja que se hace, en la jerga vulgar de México, se le llama ‘chaira’ al acto de la masturbación masculina.
En el México de los sesenta y setentas, en las clases bajas se asoció la palabra ‘chairo’ a aquella persona que no piensa claramente, pues aunque no sabían, relacionar el estado posterior a la masturbación a la capacidad racional del individuo disminuida, debido a la cascada de endorfinas liberadas posterior a la eyaculación.
Así pues un ‘chairo’ era aquella persona que no pensaba claramente y actuaba falto de razonamiento.
Término que, en resumen, aplica para los simpatizantes de todos los partidos y sus correspondientes candidatos.
Ahonda Ruiz:
“Casi nadie quiere otorgar posibilidades de éxito a los demás partidos”, ni responde de manera mesurada y analítica. Las respuestas son viscerales, a bote pronto, y cargadas de emociones negativas y juicios lapidarios y adversos a todo lo que no sea su propia visión.”
Esto es semiológicamente interesante. Tiene sus muy profundas y muy válidas razones arraigadas en el imaginario personal.
“Pero sociológicamente resulta muy peligroso”, ataja.
Y explica:
“En semejante clima de intolerancia, gane quien gane, existe el riesgo de un estallido social donde puede no respetarse el resultado de la votación ni, naturalmente, la investidura presidencial. Esto podría traducirse a su vez en un clima de violencia e incertidumbre que perjudicaría gravemente a México.”
Algunos columnistas políticos consideran que, de 2000 a la fecha, la violencia generalizada en México arroja 300 mil muertos. De ellos, cerca de 125 mil corresponderán al gobierno de presidente Enrique Peña Nieto, que finaliza en diciembre próximo.
Agrega el especialista:
“Todos los partidos políticos… tienen luces y sombras, pero ven solo las luces de su propio partido y las sombras de los demás, asumiendo una visión distorsionada y simplista de la muy compleja realidad nacional.”
Un voto en conciencia, es decir, en uso del libre albedrío, reclama tanto el ejercicio de la conciencia crítica, como de la conciencia autocrítica.
“Eso está resultando en un porcentaje bajísimo de personas dispuestas a reflexionar con la mayor objetividad posible, de una manera razonable, sobre los distintos horizontes”, compara.
De 67 años de edad, Ruiz, ejerció en 1985, de tiempo completo, en el centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM y fue miembro del Sistema Nacional de Investigadores durante seis años.
Sigue sobre la radiografía de los potenciales votantes esta jornada electoral, texto que compartió en redes sociales.
“Pero lo razonable se vuelve utópico cuando surge el fanatismo. Una visión ciega donde no veo, no quiero ver más posibilidades de las que yo quiero que ocurran, por las razones que sean: deseos de un cambio genuino, resentimiento, esperanza de un México mejor sin corrupción ni abusos de poder, más justo y libre, sin violencia.”
O también, añade, “por razones de odio, frustración personal, ingenuidad política, convicciones ideológicas, miedo, intereses personales inconfesables o cualquier otra. Las razones pueden ser muchas y muy comprensibles. Adelante con las motivaciones personales, cada quién tendrá su perspectiva personalísima. ¡Que ejerza su voto en plena libertad y frente a su propia conciencia! ¡Magnífico!”, exclama,
No obstante, reflexiona, “cuando no puedo reconocer como algo válido cualquier otra posibilidad o alternativa, cuando no escucho razones diferentes a mis propias razones, entonces no estoy escuchando, solo estoy oyendo, pero no escucho. Oír es una función fisiológica que entraña la capacidad para percibir sonidos.
“Mientras que escuchar es una función psicológica que entraña la capacidad para percibir significados. O sea, escuchar es conceder la posibilidad de que el otro tenga razón. Entonces escucho, pondero y decido.
Ahora bien, cuando surge el fanatismo, que es el apego radical a los propios puntos de vista, entonces nadie escucho razones, simplemente, el votante discute, agrede, insulta, descalifica”.
“Y el fanatismo, hay que recordarlo”, insiste, “es la raíz profunda de la violencia. Donde hay fanatismo ya no se escuchan razones. Y donde no hay razones, hay violencia. Estamos en la antesala”.
Por eso convoca a la cordura, al ejercicio del libre albedrío por el bien de México, al respeto irrestricto de cualquier candidato que resulte electo, a la defensa de la paz social, del voto libre y de la democracia.
En síntesis, su llamado es al pleno ejercicio de la tolerancia.
“Entendiendo por tolerancia, la convivencia armónica de las diferencias. No a pesar de las diferencias, sin la convivencia armónica de las diferencias mismas. Una convivencia plural, donde nos nutrimos los unos a los otros con la diferencia. La fiesta de la tolerancia es la celebración de lo diverso.”
E invita al elector a “ejercer la conciencia autocrítica y a que te cuestiones genuinamente tu nivel de tolerancia. Pregúntate si eres capaz de escuchar al otro y de respetar sus puntos de vista, no de suscribirlos, sino de respetarlos, sin incurrir en ningún tipo de violencia verbal, física o psicológica, sin tacharlos de corruptos, fascistas, ignorantes, resentidos, burgueses o terroristas.
“Pregúntate si eres capaz de dialogar con la diferencia, sin enojarte, sin insultar, sin perder tu lucidez ni tu paz interna. Pregúntate si en tus discusiones hay un trasfondo de rabia que ya no te deja pensar, ni escuchar, ni mucho menos aceptar algún punto de vista ajeno, uno que te permita contrastar o matizar tus propios puntos vista y enriquecerlos.
Por último, expresa, con imaginario dedo flamígero, “pregúntate si tu posición partidista te ha llevado a fricciones o incluso a conflictos profundos con personas emocionalmente significativas para ti: tu pareja, tus hijos, tus padres, tus hermanos, tus colaboradores, tus amigos o tus conocidos. Si así fuera, ya estás ejerciendo la intolerancia y la violencia, fracturando tus vínculos afectivos y contribuyendo al deterioro aún más profundo del tejido social.
“Este punto es crucial: cada individuo es el único responsable de preservar su paz interna y, en consecuencia, de contribuir a la estabilidad social. Nadie, en su sano juicio, quiere la violencia.
Todos desean la paz, reconoce.
“Pero la paz no es pasividad… es participativa. Es un acto creativo de la conciencia capaz de percibirse a sí misma y dar un cauce armónico y sereno a los impulsos bélicos. Por lo regular, para que se dé un acto de violencia, tiene que haber un cerebro que la concibe, un corazón que la asume y una mano que la ejecuta.”
Alerta:
“Tú eres el único responsable de tus actos violentos. Y la violencia no resuelve nada, todo lo empeora. La única alternativa es el diálogo empático, que entraña escuchar al otro y comprender sus razones. Respetarlo para exigir respeto.”
Y, como corolario de sus mil 500 palabras, Ruiz echa mano del escritor de izquierda y premio Nobel de literatura, José Saramago, quien señala:
“He aprendido a no intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro”.
Acaso “¿… nos seguirá cargando el payaso”?