Dormir bajo un puente

Dormir bajo un puente

Por la Espiral

Claudia Luna Palencia

De acuerdo con el Banco Mundial y los Objetivos del Desarrollo del Milenio (ODM) casi 1 mil 100 millones de personas han salido de la pobreza extrema desde 1990.

Para el organismo, además de las albricias, implica que dicho cometido se alcanzó unos años antes de 2015, fecha tope para la consecución de las pautas marcadas en los acuerdos del Milenio.

En su corolario de 2013, analizando el contexto de la pobreza, el Banco Mundial señaló entonces que “en dicho año había 767 millones de personas que vivían con menos de 1.90 dólares al día cuando en 1990 lo hacían cerca de 1 mil 850 millones de seres humanos”.

Ahora bien su reducción no ha sido homogénea: se ha logrado disminuir la pobreza extrema en Asia Oriental y el Pacífico así como en Asia Meridional; en mucho menor proporción y de manera más lenta, en África sobre todo en la parte del sur hasta el Sahara.

Tampoco explica el organismo cómo ha sido el mecanismo utilizado para darle un mayor acceso a mejorar su nivel de ingreso a esas más de 1 mil 100 millones de personas; no sabemos si consiguieron un trabajo estable, si entraron dentro de un programa de autocapacitación para volverse emprendedores y vivir del autoempleo; se ignora si entraron en un programa de subsidios conocido como transferencias monetarias condicionadas.

No sabemos qué tan real es que, en efecto, hayan abandonado el estamento más bajo de la miseria, en tal sentido amplio que, además, no sean tan vulnerables como para volver a reubicarse en éste.

¿Cómo está siendo? Porque da la sensación de que no estamos mejorando socioeconómicamente hablando y lo vemos por ejemplo en países que otrora presumían de, en democracia, haber alcanzado sociedades más igualitarias como el caso de España con importantes focos de personas marginadas, excluidas, niños con problemas para comer una vez al día y muchas dificultades para las mujeres –de cualquier edad- de acceder a un puesto de trabajo estable y bien remunerado.

Sólo hay dos caminos para salir de la miseria, de cualquiera de sus dolorosos rostros: 1) Mediante el trabajo productivo y remunerado; 2) Mediante la intervención del Estado ya sea como ente asistencialista o bien absorbiendo el papel de la iniciativa privada y creando cooperativas, comunas, falansterios, cartillas de racionamiento etcétera.

En el socialismo utópico diversos pensadores como Robert Owen (socialismo cooperativo) y Charles Fourier (falansterio) entre otros más idealizaron un mundo económico y social sin diferencias de clases y sin marginados.
Un protosocialismo tan feliz que cada quien trabajaría según sus capacidades y aptitudes y se vería beneficiado del trabajo de la comunidad; es decir, implicaba cavar la tumba de la competencia, la competitividad y de la ambición.

Dado que implicaba que se obtendría el acceso al derecho del producto de la colectividad, se fuese más o menos productivo, sin que hubiese una especie de premio para los más aventajados.

A COLACIÓN

Como economista siempre he estado convencida de que así como somos individuos dotados con nuestras propias características genéticas, así también tenemos un ADN económico que nos hace más o menos productivos, más aptos para determinados trabajos, más hábiles o no para la toma de decisiones y hasta para desarrollar cierta resiliencia. Nos condiciona como homo economicus también el ambiente de cuna y el medioambiente externo.

En una fábrica cien individuos no tienen todos la misma capacidad de producción nunca seremos por ende iguales por dichas diferencias intrínsecas naturales; sin embargo, para eso están las políticas públicas para corregir y procurar dar igualdad.

Para mí lo más lamentable es la falta de oportunidades para todos, no tener el acceso ni a la formación ni a la educación que debería ser obligatorio en el mundo; siempre me he preguntado de cuántos maravillosos pintores nos hemos perdido, de cuántos genios del arte, de la música, de las ciencias, de las letras nos hemos perdido de conocer porque nadie les dio una oportunidad y se quedaron solos, olvidados, invisibles, viviendo debajo de un puente.
Sin menoscabo de que, nosotros como tejido social, ya nos acostumbramos a verles, a ignorarles… en el año 2000 se hablaba de más de la mitad de la población mundial en pobreza, ahora el Banco Mundial dice que hay menos pobres aunque contradictoriamente incrementan los éxodos humanos migratorios expulsados por el hambre.

Directora de Conexión Hispanoamérica, economista experta en periodismo económico y escritora de temas internacionales

@claudialunapale

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