Claudia Ruiz Massieu, candidata… ¡a Oceánica!
Balconeando
Francisco Rodríguez
La tarde del domingo 1 de septiembre, justo al momento en el que el Presidente López Obrador esté rindiendo su Primer Informe de Gobierno, Claudia Ruiz-Massieu Salinas-De Gortari quedará desempleada. Para esas horas se terminará su interinato al frente del CEN del PRI –ella sólo cubre parte del periodo para el que fue electo Manlio Fabio Beltrones– y un nuevo dirigente entrará en funciones. Por eso es que ya hay quienes aconsejan a la poseedora de los cuatro apellidos que vaya apartando su ingreso a una clínica de recuperación de adicciones.
Sucede que la señora padece una enfermedad que es progresiva, crónica y mortal producida por la ingesta repetida de una sustancia tóxica que se convierte en adictiva.
Lo peor es que, aún cuando no es formalmente hereditaria, una de sus hijas también la padece.
No ha mucho usted leyó en estos espacios que, en los últimos días de su breve estancia al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores –dónde se la acomodó el “tío incómodo” al maleable Enrique Peña Nieto– ella tuvo que viajar de urgencia a Suiza a atender un asunto familiar… y penoso.
Sucedió en la Lemania – Verbier International School, la prepa preferida para los hijos de los aristócratas mexicanos de huarache, donde también cursó estudios doña Claudia hace ya muchos ayeres. El lugar exacto, dicen ellos, donde se forman los futuros líderes trilingües, en una filosofía educativa de gran confort y colegiaturas reservadas a los ojos de cualquier transparencia, por encima de todos los niveles de asombro sobre el derroche y la rapiña. Nadie puede pagarlo. Sólo los de doble apellido.
Por tradición, pues, ahí “estudiaba” –más bien, estaba inscrita– una de sus hijas hasta antes de que fuera expulsada. Cumplía la ilusión de mami: formarse entre los grandes, como lo hicieron con ella, en los rebumbios de los idiomas, con los modos y maneras de la alta aristocracia europea, por si las moscas, algún día fuera la lideresa del futuro mexicano.
A los pocos meses, la hija de la aún dirigente del PRI buscó desesperadamente la francachela con los hijos de jeques árabes y sucesores monárquicos compañeros de clases. El resultado fue una guarapeta mortal, de la que pudo zafarse gracias al auxilio de sus compañeros que la internaron en un hospital para que fuera atendida.
Lo peor es que estos jóvenes bien intencionados luego fueron víctimas de la mocosa quien se zafó de una primera expulsión, argumentando que ¡quienes la salvaron la querían ultrajar!, por lo que la entonces todavía cancillera Claudia movió cielo y tierra político y diplomático acreditado para que sostuvieran su dicho y salvarla de la expulsión escolar.
Borrachazo en Reforma… y un niño atropellado
Pasó. A poco tiempo, se repitió la maroma, pero esta vez, monsieur Thibaut Descoeudres, el decano director, estaba tan amoscado que se resistió a ser nuevamente engañado y, haciendo caso omiso de todas las presiones, optó por cancelar definitivamente la carrera preparatoria de la joven hija de la poseedora de cuatro apellidos. Fue expulsada de inmediato, sin importar todo el dinero gastado. Sin importar las cenas con otros padres de mexicanos donde traía de chofer al embajador en Suiza y con las que obsequiaba la cancillera a su infanta, para mayor lucimiento de su heráldica e influencia.
Hija de tigresa, pintita. Lo único que hacía la hija era obedecer patrones genéticos, pudiera decir algún intelectual crítico. Pobre, heredó las mismas reacciones e impulsos etílicos de su mamá. La que, rumbo a un acto partidista, en su carácter de Secretaria General del PRI, iba a tal exceso de velocidad –seguramente ordenando a gritos a su chofer para que “le metiera la pata” al acelerador, luego de que ella saliera tarde de una comida muy prolongada—que no reparó en que, sobre el Paseo de la Reforma, había medio matado a un chiquitín solitario de cinco años, Augusto Atempa, perteneciente a la clase de “los otros”.
En la reacción con sello de la casa, Claudia puso pies en polvorosa, para que nadie notara que traía —as usual— “unas copitas de más”. A gritos, alterada, visiblemente jarra, subió al carro de guaruras que iba detrás de su vehículo y se alejó inmediatamente del lugar del desaguisado, abandonando al niño desastrado en situación de calle, el que acabó en un hospital de traumatología, atendido por las policías locales encargadas de los rescates y urgencias médicas.
Al darse cuenta de que las imágenes de ella, su auto, el chiquitín, el chofer y los sucesos de fuga aparecían en las redes sociales, el PRI se apresuró a emitir un boletín donde se sostenía que tanto el niño como Claudia fueron hospitalizados y atendidos debidamente con todos los gastos pagados, gracias a la intervención de la ex cancillera, que en fotos de aquellos tiempos lucía un collarín ortopédico, para validar la mentirosa versión priísta. ¡Lástima de ropita!
La verdad, como consta en las oportunas tomas de las redes sociales, es que Claudia no sufrió una sola molestia ni daño físico, sólo la vergüenza de huir tambaleante ante el bochorno, alejarse del contratiempo que podía dañar su “carrera política”, y dejar a salvo su cuadruple apellido. Del niño lastimado, ni hablar. Hasta la fecha no se sabe naaada, como gustaba decir Clavillazo, el cómico teziutleco.
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