Mi nieta y yo
Análisis a Fondo
Francisco Gómez Maza
· La muerte se adueña de la ciudad
· Niña de 3 años y su abuelo, abatidos
Por un momento imaginé que habíamos sido mi nieta y yo. Y que, como dicen en mi datcha para paliar un poco el dolor del alma, habría café con pan, que es lo que se sirve en los funerales a las amistades que asisten a acompañar a los dolientes.
Para ser sincero, al leer la noticia en la APP de El Universal, en mi aparatito móvil, yendo a la oficina, me sentí una de las víctimas, pero lo que más me dolió fue mi niña de tres años.
La nota, aparecida en el home del diario, decía: “Matan a Niña de 3 años y su abuelito en la Del Valle; Autoridades capitalinas iniciaron una investigación por homicidio culposo; los hechos ocurrieron en la calle Pilares y Juan Sánchez Azcona.”
Qué horror. Sin deberla ni temerla. Una balacera entre anónimos pistoleros, que a priori van a ser calificados como miembros de algunas bandas de “la delincuencia organizada”, que obviamente pueden serlo, mató a tres inocentes. La prensa no da ningún dato adicional (en esos momentos) de esa confrontación callejera. Pero es un hecho que la Ciudad de México, mi ciudad, se ha convertido ya en otro patético escenario de la violencia que mata a miles de mexicanos desde que el neoliberalismo, fallida seudo política económica que sólo financió una inmensa fábrica de pobres y miserables, se hizo credo de gobernantes y plutócratas.
Afortunadamente, esa idiotez fondomonetarista va en retirada y se empieza a reconocer que la economía tiene un fin casi sacrosanto: crear empleos para que la gente viva mejor, una tarea que aún se llevará mucho tiempo en entenderse desde el poder político y económico, pero que tendrá que imponerse como única opción para que el capitalismo no se desmorone estrepitosamente.
Una niña de tres años y su abuelo, de 45 años, murieron en el hospital, luego de ser víctimas de una balacera en las calles de Pilares y Juan Sánchez Azcona en la colonia Del Valle, informó la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México. Aún no puedo creerlo. Y el hecho fue en el barrio donde me muevo por las mañanitas. Esta mañana de jueves 28 de junio, precisamente, iba yo, con mi nieta de tres años, al jardín de niños. Y podríamos haber sido nosotros las víctimas.
La violencia en todo México sigue desatada. Los criminales, sean o no de la delincuencia organizada, el San Benito que las autoridades han encontrado más fácil para repartir autorías materiales e intelectuales, pero que sospechosamente no caen en manos de las policías, andan por todas partes como pedro por su casa, malmatando a todo el que se deja, ya no sólo a competidores de otros grupos de delincuentes.
Aparentemente aún no hay cifras confiables de asesinatos en la capital del país, pero la cifra de asesinatos en el país alcanzó una marca histórica de 2,890 homicidios dolosos, en mayo pasado, lo que supone un promedio de 93 asesinatos al día y de cuatro víctimas cada hora, de acuerdo con los registros del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
Los datos oficiales sitúan a mayo como el mes con más homicidios desde 1997, año en que comenzó el recuento de datos por parte de la autoridad federal. Hasta antes de esa fecha, el mes más violento había sido marzo de 2017 con 2,746 asesinatos.
En el acumulado de enero a mayo de 2018 se contabilizan 13,298 víctimas de homicidio doloso, lo que supone un incremento de un 21% respecto a los asesinatos registrados en el mismo periodo del año anterior. La violencia ha permeado por igual en las distintas latitudes del país. Los Estados con mayor incidencia de homicidios por cada 100,000 habitantes son Colima, Baja California, Guerrero, Chihuahua y Guanajuato.
Un reporte muy reciente del diario español El País concluye que el éxito, durante muchos años, de la estrategia de seguridad en la capital mexicana ha radicado en mirar hacia otro lado. Asociar el narco a la periferia, a barrios peligrosos, a pobres. Si no cruzas esa calle estarás a salvo. Vivir pensando que los muertos no mancharán las zonas lujosas de la ciudad, que uno de los centros más poderosos de distribución de droga y armas de la capital no está a 10 minutos a pie del Palacio Nacional. Esto no es Sinaloa, “aquí no hay narcos”. Ningún señor de la droga se ha adueñado jamás de la ciudad. Sin embargo, los criminales locales “de poca monta” son capaces de pasearse por una de las zonas más emblemáticas con rifles de asalto y secuestrar a 13 jóvenes. Pueden darle un balazo a un chico de 16 años en un barrio de moda, al salir de una discoteca. Y pueden provocar un operativo de la Marina.
O asesinar a una nena de tres añitos y a su abuelito. E imaginar que pudimos haber sido nosotros, mi nieta de tres años y yo…
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