Riesgos a la seguridad nacional y el papel de México en un mundo incierto
- La legitimidad en las elecciones será un primer paso para dar cauce a una estrategia integral de redefinición de los intereses de México en la región y el mundo
Ciudad de México, 09 de Junio (MENSAJE POLÍTICO/CÍRCULO DIGITAL).-México se encuentra en el vilo de tres fuegos cruzados: la forma en cómo la clase política resuelva la elección presidencial del 1 de julio de 2018; la irrupción de Donald Trump en el firmamento, y la volatilidad del sistema internacional y los nuevos tiempos de la historia mundial. De ahí la importancia de examinar sucintamente las implicaciones internas y externas de estas tres variables para la gobernabilidad democrática, la seguridad nacional y el papel de México en el mundo, señaló el Dr. Abelardo Rodríguez Sumano, profesor e investigador en el Departamento de Estudios Internacionales de la IBERO en un artículo para Foreign Affairs Latinoamérica.
Pareciera que solamente la primera variable —la elección presidencial— es la única en la que el país y los mexicanos pudieran realmente controlar en su desenlace, pero la hipótesis de trabajo es que no necesariamente será así. Las intervenciones extranjeras en asuntos estratégicos, como una elección presidencial, son factores que jamás se deben desdeñar en un país como el nuestro, o bien, los ciberataques en, por ejemplo, la presunta interferencia rusa en la elección presidencial de Estados Unidos en noviembre de 2016.
La fuente de la legitimidad residirá en la forma como todos los poderes formales e informales en México procesen la continuidad o el cambio político por medio de los órganos electorales que el país ha construido en las últimas décadas para ese propósito. El grueso de las encuestas señalan que es muy probable que pudiera ocurrir un cambio por la vía electoral a favor de Andrés Manuel López Obrador y ello ha generado un terremoto político para las fuerzas que han gobernado este país por lo menos desde 1988.
Existen momentos de incertidumbre que lastimaron la legitimidad y el régimen en 1988 y en 2006. En 2000 se estableció una transición democrática en la cúpula del poder que fue cuestionada en 2006 por la intervención de Presidencia de la República y un desempeño indolente del entonces Instituto Federal Electoral. En resumidas cuentas, los intervalos de la democracia en México han sido chispazos en la larga noche del autoritarismo que ha trabado esfuerzos con la corrupción y la impunidad; el gran déficit del Estado desde su independencia.
Precisamente, eso es lo que está en juego el 1 de julio de 2018. Todavía existen fuerzas vivas de las controversias poselectorales de 1988 y de 2006 que públicamente han expresado su respaldo al candidato de Los Pinos y del PRI, José Antonio Meade. Tres expresidentes lo impulsan: Enrique Peña Nieto, Carlos Salinas de Gortari y Vicente Fox Quesada. Estará por verse hacia dónde mueve sus fichas el expresidente Felipe Calderón Hinojosa y Margarita Zavala en el desenlace de la elección presidencial. Están en su derecho; la incógnita es ¿lo harán conforme a las reglas democráticas y la legalidad? En el fondo hay algo que une a los líderes que respaldan a Ricardo Anaya y a Meade en contra de López Obrador: un encono feroz. Esos antecedentes y energías permiten lanzar una pregunta más: ¿unirán esfuerzos y darán el tiro de gracia a una democracia agonizante? Si pierde López Obrador legítimamente ¿reconocería su derrota? Todos están a prueba.
Justamente, en la transparencia de los acuerdos formales e informales se tejerá el avance o el retroceso de la representación nacional, particularmente ante el estruendo de una violencia rampante que nos tiene enfrentados a los mexicanos e impugnados por el gobierno de Trump.
La corrupción de cualquier tipo cuestiona y lacera nuestra posición en el mundo y profundiza la debilidad de las instituciones y de los mexicanos frente a Estados Unidos pero sobre todo frente a nosotros mismos. En este marco están en juego, además de la Presidencia de la República, las formas de representación para la renovación del Senado, la Cámara de Diputados, nueve gubernaturas y varias alcaldías. Sin lugar a dudas, la piedra de toque es la Presidencia de la República como eje rector de la seguridad nacional y la política exterior que se verán alterados por la gobernabilidad y las nuevas representaciones.
Los intervalos de la democracia en México han sido chispazos en la larga noche del autoritarismo que ha trabado esfuerzos con la corrupción y la impunidad; el gran déficit del Estado desde su independencia.
La suma de estos factores incidirá en la institucionalización de la autoridad. Ciertamente, la legitimidad dotará de prestigio y reconocimiento nacional e internacional al vencedor pero sobre todo a las instituciones del país. El grueso del proceso y su convicción democrática robustecería dentro y fuera de nuestras fronteras a la República. Para empezar, la cimentación de la autoridad en su zona natural que es Norteamérica, precedida por Centroamérica, así como la importancia geoestratégica de su zona económica exclusiva hacia el Pacífico que nos vincula por la vía marítima en Asia-Pacífico, en el golfo y el Atlántico que nos acercan con el Caribe, la Europa Continental y África. Paso siguiente, le darán un mayor peso al país en todos los foros mundiales que son vitales para la política exterior y la defensa frente a Estados Unidos, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización de los Estados Americanos (OEA), la Unión Europea, etcétera.
Los signos del cambio: Trump a escena
La profundización del acercamiento entre Estados Unidos y México terminó de romperse con el arribo de Trump en 2016. En el plano estatal, Peter Wilson (1994) y la Ley SB1070 (2010) de Arizona y en las campañas presidenciales de Ross Perot (1992) y Pat Buchanan (1996) fueron señales incuestionables de que México se había convertido en un asunto de política interior de Estados Unidos, acelerado por nuestro ingreso al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), las vulnerabilidades en la frontera, la migración y ahora por el crimen organizado trasnacional. Existen una gran cantidad de señales que alertaron que el papel de México en Norteamérica no era del todo miel sobre hojuelas. El arribo de Trump confirmó los signos del cambio, cimbrando a la región y el mundo. Incluso uno de los motores de su campaña y de la política de gobierno han sido combatir el TLCAN de Salinas de Gortari, la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte de Fox y la Iniciativa Mérida de Calderón.
El dilema es que la irrupción electoral primero y después el arribo a la Casa Blanca del magnate colocó a México como uno de los “culpables” de la globalización y la integración con Estados Unidos. Además, ha dislocado el papel de nuestro país en Norteamérica, los cimientos de la presidencia y la democracia estadounidense, así como la salud de la paz y la seguridad mundial misma. El conjunto de estos factores son un asunto de seguridad nacional para México de cara a la proximidad y la amplia interdependencia entre ambos países en los últimos 2 siglos. Por lo tanto, la legitimidad en las elecciones será un primer paso para dar cauce a una estrategia integral de redefinición de los intereses de México en la región y el mundo. Lo anterior, no resolverá nuestros rezagos pero será, sin duda, un punto de partida.
La incertidumbre de un mundo convulso
Por si lo anterior fuera poca cosa, la seriedad de la carrera nuclear está de vuelta con signos alarmantes que reviven las memorias de Hiroshima y Nagasaki. En este sentido, el Comando de Defensa Aeroespacial de Norteamérica (NORAD) que comparten Canadá y Estados Unidos aseguran que la amenaza más apremiante a nuestra región lo representa el régimen de Pyongyang. Este es el cambio estratégico, táctico y operacional más significativo desde 1945 ya que se reconoce que Norteamérica —y el continente— es vulnerable frente a un ataque norcoreano, ¿qué saben al respecto los servicios de inteligencia de nuestro país? ¿Qué tan real es la prescripción del peligro?
Precedido por el régimen de Kim Jong-un, las preocupaciones para el programa nuclear de Estados Unidos y el sistema de vigilancia temprana de NORAD, lo personifican China, Irán y Rusia. Sin embargo, Corea del Norte consume los esfuerzos de vigilancia marítima, aérea y terrestre de sus actividades cotidianas. En cualquier caso, el regreso del juego de las grandes superpotencias como China y Rusia, y el resurgimiento de Corea del Norte e Irán sacuden las proyecciones de la seguridad internacional de la ONU, la OEA, la Organización del Tratado del Atlántico Norte y la Unión Europea en las marcos regionales, continentales y mundiales.
Ciertamente, la erosión de los organismos multilaterales en los últimos años, empezando por la ONU, marcan los presagios disruptivos para la seguridad multidimensional que nuestra diplomacia ha impulsado por medio de la Agenda de Desarrollo 2030, las iniciativas de refugiados y migrantes, el cambio climático, la seguridad humana y los patrimonios mundiales reconocidos por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Al final, las superpotencias nucleares se encuentran cada vez más distantes de estas agendas que siguen defendiendo Canadá, Japón o la Unión Europea.
Las cosas se vuelven más complejas aún ya que Estados Unidos ha vinculado a Corea del Norte e Irán con el Estado Islámico, levantando las alertas en las fronteras de Norteamérica y Europa por el temor de respuestas terroristas. La asociación por parte de Trump a fuerzas disímbolas atraídas desde su campaña y apuntadas en sus órdenes ejecutivas agrega una presión adicional a las fronteras terrestres de aquel país y a sus intereses alrededor del mundo. No obstante, coloca a México como el punto más vulnerable en su proyección global de poder.