Inacción ante la corrupción… y se agota el bono de la credibilidad
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FRANCISCO RODRÍGUEZ
Es realmente sorprendente que entre todos los manifiestos, discursos, informes, programas de trabajo, memoranda, comunicados de prensa, boletines oficiales, libros de texto y filtraciones de los últimos cuarenta años por lo menos, nunca se haya encontrado un pronunciamiento siquiera superficial sobre el mayor problema que enfrentaba el país: la corrupción.
¿Será cierto que, como dijo un laureado Premio Nobel, la ética es similar a la digestión, porque cada quien tiene la suya? Porque sólo así se explica que la suerte de todo un país haya logrado encriptar esa mención. Fue una palabra maldita en la liturgia cívica de las generaciones anteriores. Supuestamente porque es la que revelaba el grado de descomposición que se había alcanzado.
La corrupción trató de ser elevada a los altares de la patria, señalándola como la grasita esencial sin la cual el sistema no podía funcionar, no tenía sentido. Los puestos públicos, las responsabilidades políticas, los encargos sindicales, los cacicazgos regionales se nutrieron de esa ideología, llevada al extremo de intocable y demasiado peligrosa para ser pronunciada en público.
Las dinastías de las clases políticas fueron educadas en esa liturgia del poder. Cuando mucho, advertidas de que había que robar a mansalva, era inevitable para formar masas de dominio, pero había que repartir algo de lo levantado, no todo el santo y las limosnas. Fue una especie de credo, de religión laica que imperó sobre todas las conciencias.
La corrupción tocó fondo en México
Uno de los presidentes más impunes, Miguel Alemán Valdés, fue perdonado ante la historia –y ante la plaza pública– por la habilidad que tenían sus huestes para robar y “salpicar”. A ese grado llegó la ética política de este país. No era suficiente con ser austero u honrado, era necesario justificar que no podía ser comprobado, y si acaso lo era, que había que repartirlo.
La corrupción tocó fondo en México cuando ya no pudo ser evitado hablar de ella, referirse a ella como causante de las peores desgracias. Cuando se comprobó que las clases políticas habían sido cooptadas por los grupos del narcotráfico y la masacre generalizada. Cuando ya no tuvimos para dónde hacernos.
Tuvieron que aparecer cadáveres en los caminos, cabezas despojadas de sus cuerpos en los restaurantes urbanos, pedazos de humanidad como mensajes de muerte inminente a quien no se doblegara. Plata o plomo, “coopelas o cuello”, como suprema ratio. Quinientos mil muertos atestiguan esta complicidad de la clase dirigente con los sicarios.
Sin temor a equivocación, puede afirmarse que ningún país del mundo tuvo que pagar esa cuota de sangre para incluir en la lucha política la necesidad de enfrentar la corrupción rampante. Una especie de marabunta social que amenazaba con dejarnos encuerados y asesinados a todos, absolutamente a todos.
El 1o. de julio, banderazo para acabarla
Incluir entre los argumentos de la lucha política la batalla contra la corrupción se dice fácil. Lo difícil es lo que acarrea, en términos de estabilidad y de inquina social. Los poderosos, sintiéndose medularmente agraviados, tenían que reaccionar tarde o temprano. El reto era demasiado grande para su supervivencia.
El primero de julio del año pasado, el país entero, el voto masivo e indiscriminado por una sola organización política dio el banderazo definitivo para que la lucha contra la corrupción se materializara y lograra erradicar este flagelo social.
La oposición restante, los saldos de las viejas franquicias que quedaron fueron arrinconadas en la soledad política, en la indefensión absoluta. Los rescoldos de partidos, barridos materialmente en las urnas, podían haber reaccionado de una manera inteligente, sagaz, profunda que empezara por aniquilar sus fundamentos en el terreno de lo mal habido.
Pero no fue así. El ex partido oficial sigue aferrado a subsistir en base a las entregas de dinero que hace un dirigente espurio de la burocracia oficial, la Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado. Joel Ayala Almeida sigue siendo la base de la supervivencia de los priístas en el Senado, en el PRI, en toda simulación.
Por su parte, las franquicias opositoras que quedaron sin la sombra de las organizaciones oficiales, sin la ayuda de los presupuestos estatales, sin el cobijo de una clase empresarial aterida por el miedo, navegan sin brújula, ni destino. Su única consigna, al igual que la del PRI, es la gandalla como suprema virtud de la ética política.
La oposición orgánica del dinero sucio se regodea
Es el caso de todas. Nadie puede subsistir sin el financiamiento ultramillonario de los presupuestos manipulados. Fue una costumbre establecida por quienes ahora son sus principales y dolientes víctimas. Fue la razón de ser del partido de Estado, de la maquinaria infalible, de los designios ultramontanos.
Muchas veces, en el torbellino de la gandalla, la oposición nylon se muerde la cola. Hoy se regodea de haber dado marcha atrás a la aprobación de Luis Linares, prospecto del grupo salinista de José Carreño Carlón para manejar los embutes de la Comisión Reguladora de Energía. Valiente y desinformada decisión, fuera de foco.
La oposición orgánica del dinero sucio se regodea de defender a los intocables de siempre. Apenas fue dada a conocer la decisión del fisco de perseguir a los defraudadores multimillonarios del presupuesto y de la hacienda nacional, cuando surge espontáneamente el abucheo beisbolero contra el de Tepetitán. ¡De primer año de kínder!
Todo mundo sabe que las deudas fiscales de los empresarios mexicanos ascienden a varios billones de pesos. Dinero fraudulento que es indispensable para apoyar los programas sociales del nuevo régimen. Dinero nuestro que fue devuelto indebidamente a las manos de los clanes podridos de la oligarquía salinista-atracomulquista de huarache.
Dinero fraudulento que ha sido transferido a descomunales inversiones hoteleras e inmobiliarias a suelo español y a paraísos fiscales del extranjero. Dinero fraudulento que forma, junto con el monto arrojado diariamente por el robo de un millón de barriles diarios de crudo. el muro infranqueable de las pesquisas nacionales. El fiel testimonio de la vergüenza nacional.
A la báscula los que merezcan el desprecio público
La única respuesta a la oposición gandalla es la acción. Urge una solución inmediata a los casos pendientes de resolver en la lucha contra la corrupción, tópese donde se tope. Es ya una cuestión de Estado. Antes de que la opinión pública muerda ese anzuelo envenenado. Antes de que tengamos que regresar a la violencia civil.
Antes de que nos agarremos a pedradas. La solución vital pasa por encima de nuestras cabezas y no puede tener remilgo alguno. Que de una vez pasen a la báscula los que merezcan el desprecio público. Es demasiado esperar. El bono de la credibilidad se está agotando.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: Los muchos casos de corrupción heredados por el actual gobierno tienen ooootros tres recientes botones de muestra: 1) El reportaje de los portales Código Magenta y Quinto Poder #DesfalcoProfundo en el que se señala que el gobierno de Enrique Peña Nieto utilizó a la CFE para crear una red de gasoductos privados que son construidos a paso de tortuga, están parados o son subutilizados, y que según un reporte interno de propia Comisión, le costará a los mexicanos unos 846 mil millones de pesos que terminarán de pagarse en 2043. 2) El #IncendioEnLaTorre de Conagua, donde “casualmente” se carbonizaron documentos del área de recaudación y fiscalización de la dependencia, para ♫ que no quede huella, que no, que no ♪. Y 3) Los casos de soborno a funcionarios del IMSS –durante los sexenios foxista, calderonista y peñista– por parte de la empresa estadounidense Orthoflix, que vendió dispositivos ortopédicos chatarra al Instituto. Uno a otro los casos de corrupción siguen acumulándose y… + + + Hasta ahora ha sido a través de la Unidad de ¿Inteligencia? Financiera, encabezada por el controvertido Santiago Nieto, que el gobierno amloísta ha dado a conocer supuestos casos de corrupción. Ininteligible estrategia toda vez que se convierten en asuntos meramente mediáticos que escalan a lo político, sin que los responsables de los ilícitos sean juzgados. Lo peor es que al avisarles que van por ellos, mueven sus no pocas palanca$, van a ciertos medio$, y como en el caso de Enrique Ochoa Reza, se dedican a defender los intereses de las empresas con las que están involucrado$.
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